miércoles, 19 de febrero de 2014

Medusa

Abre los ojos y el mundo es piedra.
Y cierra,
entre suspiros,
esperando
a sus párpados tornarse en murallas.

Medusa, 
la más bella, 
la prisionera. 
Fruto de la envidia es su tragedia.

Medusa dormía y soñaba, 
en un agujero infinito de estatuas de piedra,
que algo más que el sol se atrevía 
a acariciarla.
Y vivía sin ver 
entre los pies de Atlas.

Y él la amaba.
Y ella, ciega.

El día en que Medusa perdió la cabeza había muerto ya,
presa de la soledad creada.

El gigante consumido, 
la bóveda celeste se derrumbaba.
Fue obligatoria su plegaria.
Perseo le devolvió la ansiada mirada de ella
siempre negada. 
Y Medusa, después de muerta, 
convirtió al único hombre que la había amado 
en piedra.

Así fue, así se hizo y la bóveda estrellada
quedó anclada en sus espaldas.

Y se dice que allí, 
en el confín de la tierra, 
la montaña más alta es aún casa de las culebras.


(Ilustración de Benjamín Lacombe)