martes, 26 de noviembre de 2013

Me dejé enredar en ti.

La luz entró por la ventana acariciando los párpados, 
no desperté, quería ver, creía ver. 
Es ese momento en el que decimos asumir la realidad, 
en el que creemos que nada nos puede dañar, somos superiores. 
Dejamos las alas colgadas de la pared para bajar a la realidad, 
pero sin olvidarnos de a qué mundo pertenecemos. 

Cuando colgué mis alas ya lo sabía de antemano. 


Me había dejado enredar 

en ti.


Vorágine.

Te dueles, distinto y diferente. 
Luz con sombras,
oscuridad. 

El interior de un volcán, abrupto e irregular, 
profunda oscuridad. 
Y el dolor un pozo negro que sólo puede explotar. 
El mundo le tiembla y se rasga,
se difuminan realidad y ficción. 
La erupción apocalíptica y el humo denso ahoga. 
Pero la luz traspasa límpida, 
directa al corazón y deja el dolor recubierto de agridulce esperanza. 

El pantano, traicionero y enraizado.
Agua en movimiento que no se deja avanzar.
Ni luz ni oscuridad permite pasar, un soplo estancado. 
Las aguas como manos agarran, impidiendo respirar. 
Aspiran remolinos de arenas movedizas, hundimiento de lenta agonía. 
Y no hay luz ni esperanza, ni siquiera oscuridad.
Y piensas poner a secar el pantano antes que intentar nadar.

Vorágine de hielo, remolino gélido, 
pasión desenfrenada estática. 
Presión inmóvil que transforma en témpano de hielo, 
quema por dentro y deja el envoltorio perfecto, impertérrito. 
Hielo y fuego en un mismo movimiento
contradictorio, desgarrado. 
El interior envuelto en llamas y muros de cristal impidiéndole salir.
Luz y oscuridad todo en un haz, enjaulado.
Lucha continua contra la eternidad inmóvil 
esperando a que la luz consiga resquebrajar el hielo 
y liberar el fuego que arde oculto. 

Volcán de oscuridad llena de luz, 
Pantano, estanque de lágrimas.
Vorágine de contradicción constante.

domingo, 17 de noviembre de 2013

De días de lluvia

Las gotas de agua repiqueteaban con furia en el cristal.
Su fulgor contaba historias de tiempos ausentes.

Ella miraba al horizonte, 
su cara se reflejaba en la ventana casi,
como un espejismo del pasado.
El vaho fugitivo de los labios creaba
niebla momentánea.

En sus ojos, la tormenta.
En sus manos, el invierno más duro.
En su pelo, la oscuridad del universo.

La recuerdo.

Como reflejo siempre presente del pasado.
Como noche bajo las estrellas.
Como camino de la mano.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Cuentos de estaciones nocturnas

Ella quería una vida de aventuras.
Pero se durmió y no despertó en mil años.
Soñó el mar, noches de desierto cubierto de estrellas, montañas de hielo y auroras boreales. 
Lugares recónditos, bosques salvajes y fieras indomables.
Una telaraña infinita de sueños, perdida en un laberinto sin final.

Él vio su torre. Alta, tan alta que al rozar el cielo escurría las nubes.
La escalera, caracol interminable. 
La vio, tendida, inerte, perfecta, incorruptible. 
Más que piel era porcelana.
Más que labios eran cerezas.
Más que párpados eran pétalos.
Y más que pestañas finas dagas.
Pero sus ojos, viejos y jóvenes tras aquel beso.
Desorientados y desconcertados gritaban ¿y su bandido? ¿Y su corsario? ¿Y su pirata traicionero? ¿Y su ladrón, jefe de otros cuarenta? ¿Y su indomable aventurero? ¿Y su querido lobo feroz? 

Ante ella, semitraslúcido, estaba un príncipe, pero no era suyo.
Hacía tiempo que se había hartado de la vida de palacio.
Donde todo iba demasiado despacio.

¿Por un beso una vida? 

No tuvo más remedio. 
Dejó al príncipe plantado y saltó por la ventana.




(Imagen: Doble exposición de Aneta Ivanova)

domingo, 3 de noviembre de 2013

¿Cuánto tiempo es para siempre?

(Ilustración de Sir John Tenniel: Alice in Wonderland)

Te levantas y me haces el café.
Te pregunto si sabes que sólo hay dos formas de estar enamorado.
Me niegas con la cabeza, sonrío como si no quedara otra. 
En la primera piensas qué va a ser de mí si te pierdo. 
La segunda sólo te importa todo lo que no vas a poder dar y compartir. 
En la primera de quien estás enamorado es de ti mismo. 
En la segunda sabes lo que es enamorarse.
Y podrías saltar con los ojos cerrados
sin tener miedo a caer.

Y en ese instante que saltas,
eres eterno,
aunque la caída y el golpe
puedan durar
milenios.