jueves, 7 de noviembre de 2013

Cuentos de estaciones nocturnas

Ella quería una vida de aventuras.
Pero se durmió y no despertó en mil años.
Soñó el mar, noches de desierto cubierto de estrellas, montañas de hielo y auroras boreales. 
Lugares recónditos, bosques salvajes y fieras indomables.
Una telaraña infinita de sueños, perdida en un laberinto sin final.

Él vio su torre. Alta, tan alta que al rozar el cielo escurría las nubes.
La escalera, caracol interminable. 
La vio, tendida, inerte, perfecta, incorruptible. 
Más que piel era porcelana.
Más que labios eran cerezas.
Más que párpados eran pétalos.
Y más que pestañas finas dagas.
Pero sus ojos, viejos y jóvenes tras aquel beso.
Desorientados y desconcertados gritaban ¿y su bandido? ¿Y su corsario? ¿Y su pirata traicionero? ¿Y su ladrón, jefe de otros cuarenta? ¿Y su indomable aventurero? ¿Y su querido lobo feroz? 

Ante ella, semitraslúcido, estaba un príncipe, pero no era suyo.
Hacía tiempo que se había hartado de la vida de palacio.
Donde todo iba demasiado despacio.

¿Por un beso una vida? 

No tuvo más remedio. 
Dejó al príncipe plantado y saltó por la ventana.




(Imagen: Doble exposición de Aneta Ivanova)

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