domingo, 27 de septiembre de 2015

Microcuento de Soledad.

Todas las mañanas repite el proceso. Hace café, 
pone dos tazas en la mesa y lo sirve con mimo.
Dos cucharadas de azúcar para mí, una para ti. 
El segundo café siempre se va por el sumidero. 
Hace meses que el vacío ocupa la silla de enfrente y el lado derecho de la cama.

Segundo final:

Hay una ristra infinita de segundos cafés apilados encima de la encimera,
 por los muebles, incluso volcados en el suelo. 
No ha habido nadie desde hace meses que quisiera ese segundo café.
 El vacío no existe en esa casa, en su lugar, 
un conjunto de ausencias ocupa la silla de enfrente y el lado derecho de la cama. 

domingo, 10 de mayo de 2015

Traición

Parece un ónice lascado, el negro de su piel sigue brillando a pesar de que no hay a penas luz en la sala. Lo lleva recogido entre las manos, arrodillada, lo deposita a sus pies.

El cabello largo y oscuro le sirve de cortina. Tiene los ojos cerrados y los labios entreabiertos, aprieta los dientes intentando controlar lo único que le queda, su apariencia. 

Ha ido a esperar el veredicto,  su sentencia de muerte. La única artífice de su condena, ella misma, la única traición, la propia.

¿Qué me has traído?- Su voz fría corta como el hierro afilado y la piedra comienza a resquebrajarse inundando la sala de un hedor nauseabundo.

Los ojos de ella se alzan, amarillos, rasgados, desafiantes. La piel de su rostro veteada por las grietas de su infierno interno, sus labios un lirio violáceo.

Carbón que pudo ser diamante y del que ahora sólo queda azufre. Te traigo una traición de mil nombres que sólo responde a uno. Te traigo… mi corazón.

En las cavernas los juicios solían ser rápidos, pero los ecos de aquellos instantes siguen aún hoy resonando en el laberinto de los pasadizos. Se dice que, en algunas zonas, el olor a azufre es tan intenso que se hace insoportable y que fue ese día en el que uno de los ojos grises del juez se volvió de oro.

Nosotros somos los artífices de nuestras peores traiciones.


martes, 7 de abril de 2015

Infinita

No soy inmortal,
soy infinita. 
Una y todo a la vez, 
la parte que completa el círculo. 
La puerta de entrada y salida a otro universo
que no deja de ser parte de éste.
Soy minúscula y ninguna de mis acciones es insignificante mientras nos expandimos en ondas concéntricas.
Soy eterna porque me he roto y he cambiado de papel. 
Infinita porque sigo amando.



Guerra interna

Lleva la cabeza cubierta, 
su cara es una máscara.
Y aún así se percibe el golpear de la sangre en su sien
como un rítmico tambor.
Quiere que el mundo termine hoy
su sed sólo se calma con venganza.
Tiene la ira agarrotada al final de la garganta 
y la lengua acostumbrada al sabor de la sangre. 
Miles de voces corean al invicto, enturbiando sus tímpanos.
Pero no hay multitud en el anfiteatro, 
está solo y es derribado
mientras la arena toma para sí su cuerpo. 

viernes, 27 de febrero de 2015

Barba Azul

Hubo un tiempo en el que Barbazul tenía otro nombre que hoy en día ni el mismo recuerda. 

Los cabellos dorados y la fuerza del sol en su corazón. Amaba la soledad, pura, perfecta, inalterable si no era el quien la perturbaba. Le gustaba manejar todos los hilos a su antojo, le hacía sentir poderoso. 

Un día previo aviso, el mar lanzó a la puerta de su faro un cuerpo de mujer. Una sirena que le desordenó la vida. Y fueron felices o, al menos, algo parecido. Ella iba colonizando con sus cosas la casa; del cepillo de dientes al sujetador, de la ropa interior a sus libros y cuadernos.

La casa de Barbazul ya no era sólo suya, le hizo espacio a sus cosas. No podía llamarlo compartir, sentía lo que antes había sido extranjero como suyo propio. Recogía con mimo los bolígrafos que ella dejaba en la mesa del desayuno, los miles de libros a medias en la mesilla. Ponía orden, a su manera.

El día en que ella desapareció sin dejar rastro, los muros del faro perdieron metros, las ventanas no dejaron pasar la luz, ni siquiera el aire entró por los ojos de buey. Las flores del huerto de atrás se secaron, los tomates y lechugas se infestaron de hormigas, lombrices y gusanos. 

Al cabello rubio de Barbazul le llegó el invierno de un día para otro. Ni los espejos le reconocían. Quiso ahogar el vacío de su pecho, pero el mar no acabó con su sufrimiento. Las olas le cincelaron arrugas en la cara, las mareas le tiñeron la barba y el cabello del color de la tristeza, pero no consiguieron llenar la ausencia que le acosaba.

Volvió a su faro y lleno de ira y frustración recogió lo que quedaba de la mentira en la que se había convertido su vida. Subió la escalera de caracol cargado con las cosas de ella y las guardó en la última habitación. Pensó en tirarlas pero cuando las vio entre sus brazos le pareció ver aún su reflejo. La habitación estaba vacía, los muros de piedra desprendían frío, aunque no tanto como su helado corazón.

Cogió unas maderas blancas varadas en la costa y con sus manos construyó una estantería, maderas de mar para su sirena. Pasó días midiendo, cortando, lijando, puliendo, terminando de gastar el amor que le quedaba preso. Cuando la tuvo terminada colocó los restos de su vida pasada en ella. Lo hizo con dolor y con tanto cariño que al mirar su obra vio a todos sus fantasmas. 

Barbazul le impidió la puerta al pasado con una cerradura de plata y una puerta de madera. Volvió a vivir en su casa en la que ahora habitaban agujeros negros, marcando el vacío de lo que una vez estuvo allí.
El agujero negro del lado derecho de la cama, el del cubilete del cepillo de dientes, el del cajón de su ropa, el del jarrón de las flores, el de su desorden. Aunque el agujero negro más grande era Barbazul que proyectaba una sombra oscura a su alrededor. Su tristeza se tornó en rabia y malhumor, las gaviotas huyeron con sus nidos del faro, y la marea dejó de llamar a su puerta. 

Barbazul empezó a encontrar un siniestro placer en la conquista de corazones que después rompía. Se encariñaba unos días, las agasajaba y ellas le regalaban pedazos de su vida que iban directos a la habitación del final de la escalera de caracol. Nada quedaba dentro de Barbazul. 
Pronto llegó a poseer un verdadero salón de muertos, lleno de fantasmas. 

El tiempo ha pasado pero él aún sigue recolectando recuerdos a ver, si con suerte, alguno de ellos le encaja.

jueves, 26 de febrero de 2015

Somatizando


Llevo meses con las palabras atascadas en la garganta,
con una lucha encarnizada abierta de cabeza y corazón. 
Me ahogo queriendo involuntariamente
mientras unas manos trasparentes me agujerean el caparazón. 
Ya no hay envoltorio, no hay hielo, ni pintalabios que maquille
lo que queda de fachada. 

Me miro al espejo, la vanidad se me ha quedado grande,
restos de rímel acentúan las ojeras.
Dudo si ponerme la máscara o dejarme la cara lavada.
Aunque al final ni uno ni otro y sale este a medias tan extraño. 

No han sido pocas noches las que he tenido que dormir con un boquete en el pecho
 e, incluso, con la espalda de mi madre en contacto con el cuerpo.
Me dice que somatizo hasta lo indecible,
aunque yo ya lo sabía,
que la angustia y el vacío han hecho daño
y que ahí tengo la herida. 

lunes, 26 de enero de 2015

Hombre pájaro

Ten cuidado hay un hombre en el tejado creo que viene a por ti.
Habla mucho, demasiado, parece que se ha quedado enganchado.
Y lleva una vida mirando al ave que dejó partir.
Le hizo unas alas de cristal plateado, él se quedó en tierra, pesaba demasiado. 

Hoy le visto en tu tejado, ten cuidado, parece que tiene ganas de huir.