domingo, 10 de mayo de 2015

Traición

Parece un ónice lascado, el negro de su piel sigue brillando a pesar de que no hay a penas luz en la sala. Lo lleva recogido entre las manos, arrodillada, lo deposita a sus pies.

El cabello largo y oscuro le sirve de cortina. Tiene los ojos cerrados y los labios entreabiertos, aprieta los dientes intentando controlar lo único que le queda, su apariencia. 

Ha ido a esperar el veredicto,  su sentencia de muerte. La única artífice de su condena, ella misma, la única traición, la propia.

¿Qué me has traído?- Su voz fría corta como el hierro afilado y la piedra comienza a resquebrajarse inundando la sala de un hedor nauseabundo.

Los ojos de ella se alzan, amarillos, rasgados, desafiantes. La piel de su rostro veteada por las grietas de su infierno interno, sus labios un lirio violáceo.

Carbón que pudo ser diamante y del que ahora sólo queda azufre. Te traigo una traición de mil nombres que sólo responde a uno. Te traigo… mi corazón.

En las cavernas los juicios solían ser rápidos, pero los ecos de aquellos instantes siguen aún hoy resonando en el laberinto de los pasadizos. Se dice que, en algunas zonas, el olor a azufre es tan intenso que se hace insoportable y que fue ese día en el que uno de los ojos grises del juez se volvió de oro.

Nosotros somos los artífices de nuestras peores traiciones.


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